3 jul 2010

DE CÓMO MI BAÑO ME PUSO A PENSAR MÁS DE LO DEBIDO

Hoy en la madrugada mi hermana decidió hacer una peda. Lo mismo de siempre, la misma gente que invita siempre y todo en orden. No hay tos, qué se divierta, ¿cierto? Pues ni madre, porque a las cinco de la mañana me vengo dando cuenta de que algún barbaján tiene una verga con mal de Parkinson y ya le hizo un decorado muy action painting —combinación frenética de tonalidades amarillo canario con un poco de amarillo pipí de chela sin gas— al excusado de mi baño… Bueno, estas cosas pasan. Supongo que lo que me encanijó las bolas es que para lograr que lo limpiaran hubo que pasar por un calvario cuasi-burocrático. “¿Cuál es el pedo?,” dijo alguien, “¿el baño no es para eso?”… Y eso es lo que me revienta la horquilla.
Pues no, el baño no es para eso… De hecho, ni siquiera es el baño: no es el baño que usamos todos, ni es El Baño al que nos referimos como idea filosófica que acentúe las diferencias ontológicas entre conceptos abstractos como la Libertad, la Vida o la Ojetez. Y tampoco es un baño: coño, no está perdido en un maizal de Huascales, Xocochitlán ni es uno de los tantos que están a disposición de Calderón en Los Pinos… ¡ES MI PINCHE BAÑO! El único que tiene derecho a mearse indiscriminadamente en todos sus rincones soy yo y punto: el resto de la Humanidad (aquí, por cierto, sí aplicaría el concepto del Baño con mayúscula) tiene la obligación de pasarle un papel a las gotitas —en este caso, al encharcamiento— que caigan fuera de la taza. Creo que no pido sino lo justo.
La razón por la que siento la necesidad de escribir al respecto es porque creo que sirve de metáfora para ilustrar uno de los lugares comunes de la cultura clasemediera que más me cargan. Nuestra comodidad, nuestra pasividad, es tanta que asumimos una serie de privilegios que en realidad no nos pertenecen. Tras puertas cerradas —y es que a un nivel pre-programado de nuestra condición de clase vivimos siempre tras puertas cerradas— el mundo es nuestro y podemos hacer con él lo que se nos hinche. Creemos que el derecho a mear los bienes del prójimo es parte de nuestra identidad; el problema es que a la hora de limpiar la porquería, nadie tiene los esféricos para asumir la responsabilidad. En nuestra mente, existen unos elfos invisibles condenados a limpiar todo lo que ensuciemos sin que nos tengamos que enterar de los detalles… Hoy, cuando los trogloditas es estado etílico ya se iban, escuché a uno que ofrecía quedarse a recoger el desmadre. Pero no sucedió, porque otro le hizo notar que no había realmente “algo que recoger, nada más puras botellas vacías.”
Bueno… la verdad esta última meditación me la saqué de la manga. Pero es que sigo encabronado porque al final el excusado lo tuve que limpiar yo.

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